🌒 Cuando el juego deja de ser solo un juego 🔗
Todo empezó como una fantasía. Una de esas ideas que se comentan entre risas, en una noche de vino y confianza: “¿Y si algún día…?”
Una mujer curiosa, un marido intrigado, y la figura del otro: un hombre fuerte, seguro, distinto. Negro.
Lo que no esperaban era que esa noche cambiaría algo más que sus rutinas sexuales. Porque a veces, invitar a alguien a la cama… es abrirle también la puerta del alma.
🖤 La entrada del bull: presencia, mirada y poder
No fue casual. Ella lo eligió. Él se dejó desear.
Desde el primer encuentro, todo fue distinto. El bull —ese amante negro con experiencia y actitud— no solo cumplía el papel del tercero excitante.
Tenía algo más: una presencia que no pedía permiso. Una energía que no necesitaba palabras. Su mirada hacía que ella bajara los ojos. Su cuerpo, que él se sintiera pequeño.
Y lo más curioso: a ambos les gustaba sentir eso.
💋 Ella florece, él observa (¿y obedece?)
Con él, ella se transformó.
Reía más. Se vestía diferente. Volvía de los encuentros con el rostro iluminado y el cuerpo relajado.
Hablaba del bull sin pudor. A veces incluso delante de su marido. A veces, mirándolo a los ojos.
El marido, al principio, lo vivía como un juego erótico extremo. Pero poco a poco, las reglas cambiaron.
Ya no era él quien guiaba. Ya no era ella quien pedía permiso.
Ahora, era el bull quien decidía cuándo, dónde y cómo.
🧠 Entre orgullo y sumisión: el marido dividido
¿Es posible sentirse orgulloso y humillado al mismo tiempo?
Él la veía más feliz, más viva. Sentía que le daba algo que él no podía. Y eso, en lugar de alejarlo… lo atraía más.
Organizaba los encuentros. A veces incluso se retiraba, dejaba la habitación. Otras veces se quedaba en un rincón. En silencio. Observando. Testigo de algo que ya no controlaba.
Pero una parte de él empezaba a desaparecer.
No desde el dolor, sino desde una forma de desaparición consentida.
Se convirtió en facilitador. En parte del decorado. Seguía siendo el marido… pero ya no el centro.
🔗 ¿Y si el bull no se va?
Al principio, todo era claro: encuentros puntuales, reglas definidas, control compartido.
Pero el bull empezó a quedarse más tiempo. No solo en la cama. En sus mensajes. En sus pensamientos. En la relación.
Ella empezó a decir “mi bull” con la misma naturalidad que decía “mi pareja”.
Y el marido entendió, tarde, que quizás ya no eran tres.
Quizás… eran dos. Y él, un observador privilegiado, pero cada vez más prescindible.
💬 “No sé si me excita o me destruye… y tal vez por eso no puedo parar”
El testimonio de muchos hombres en esta situación es el mismo:
“Ella es feliz. Yo la amo. Y si para eso tengo que verla entregarse a otro, lo acepto.
Pero no puedo negar que duele.
Y que, en el fondo… esa mezcla de dolor y placer me excita más de lo que debería.”
💡 ¿Tú qué harías si el deseo entrara… y no quisiera salir?
Aceptar que otro hombre domine la relación no es fácil.
Pero para algunos, es justamente ahí donde nace la verdadera entrega, la verdadera transgresión… y el morbo más intenso.
¿Y tú?
¿Dejarías que alguien más ocupara tu lugar, si eso hiciera feliz a tu pareja?
¿Y si ese alguien fuera más fuerte, más seguro… y no tuviera intención de marcharse?
🔥 Próximo artículo de la serie extrema:
➡️ ¿Fantasía o ADN?: por qué algunas mujeres solo desean hombres negros
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